lunes, 6 de julio de 2020

Estética de la tracción ferroviaria (V). Estados Unidos: apogeo del aderezo ornamental en la locomotora de vapor.

Del mismo modo que cuando nos referimos a edificios singulares aspectos como la forma, el color o la decoración se sitúan a niveles de significación tan importantes como su diseño estructural o funcional, en la ‘arquitectura’ de una locomotora ocurre, sin duda, lo mismo. Como vimos en la entrada anterior, una silueta tan familiar como la de la locomotora estándar norteamericana -uno de los más reconocibles arquetipos de la máquina de vapor-, es la resultante conjunta de condicionantes técnicos y de aspectos socioculturales propios de la extensión de aquel ferrocarril.

Pues bien, durante algún tiempo y especialmente entre mediados y último tercio del siglo XIX, la imagen y decoración de esas locomotoras sirvió, por un lado como reflejo del potente simbolismo asociado al ferrocarril como motor de progreso de la nueva nación, y por otro como soporte ocasional de tendencias culturales importadas por la sociedad americana, a mayor gloria de los promotores del nuevo medio de transporte, que con frecuencia las utilizaban como expositores publicitarios móviles de sus logros empresariales. 

Así pues es posible identificar un estilo peculiar, de vida efímera aunque con intensas y variadas influencias y, en todo caso, bajo el denominador común habitual de la desmesura, en la evolución del diseño de la locomotora de vapor norteamericana.

Aun cuando las rehabilitaciones contemporáneas no siempre responden al original con toda fidelidad, algunos ejemplares preservados permiten hacerse una buena idea de la desmesura decorativa de la locomotora americana a mediados del XIX
(Foto: Locomotora ‘Sonoma’. California State Railroad Museum, tomado de locomotive.fandom.com

William Mason, pionero en la pureza estética 

No parece disparatado considerar, desde la cómoda atalaya del tiempo, a la Norteamérica del siglo XIX, los Estados Unidos, como un país adolescente. O sea, y simplificando, idealista y vital; pero también inmaduro, cambiante y, con frecuencia, desmesurado. 

En esa nación joven, en bullente desarrollo, con libertad para ‘crearse’ rápidamente su propia historia, se vivió de modo intenso y concentrado un proceso de interés por lo ‘clásico’ que ha dejado una impronta indeleble: vista desde sus edificios, Washington D.C. es, en buena parte, una ciudad neo-clásica; y a lo largo del siglo, una re-lectura ‘a la americana’, es decir proclive a la exageración, de otros estilos (Renacimiento, neo Barroco, Rococó…) ha marcado también, sin duda, la arquitectura de muchas ciudades, sobre todo, del Este de los Estados Unidos.[1]

No es raro, pues, que esa amplia presencia de ‘lo clásico’ en la construcción civil, impregnara también no solo a los edificios ferroviarios sino -lo que ahora es más de nuestro interés- a las propias locomotoras. La idea de lo clásico, acompañada por la puridad de sus formas y el equilibrio de sus proporciones, ha inspirado secularmente sensaciones de confianza, estabilidad, fortaleza, tradición…, muy favorablemente acogidas por el alma humana, lo que ha contribuido a su amplia aceptación y perdurabilidad.


En este sentido, puede considerarse a William Mason -innovador y perfeccionista hasta el extremo- como el primer constructor americano interesado especialmente en la estética de sus locomotoras, a las que no puede negarse -incluso desde la perspectiva crítica de este lado del Atlántico- una significativa pureza de líneas, siempre dentro, claro, del modelo típicamente norteamericano; para Mason, en resumen, la ‘locomotora cuanto más sencilla, más bella’ podría considerarse como el lema de su estrategia de diseño.

A la James Guthrie, primera locomotora construida por W. Mason (1853) se le considera referencia estética dentro del tipo estándar americano
(Foto: Locomotive engineering. Hill & Sinclair. 1892. Internet Archive Book Images)
Como ejemplo puede citarse a su primera máquina construida, la James Guthrie (1853), en la que el homogéneo espaciamiento de sus componentes (rodaje, órganos sobre caldera); la ausencia de elementos superfluos alrededor del cuerpo cilíndrico; una cuidada decoración y terminación de superficies e, incluso, el recurso a ocultar (en los radios huecos de las ruedas motrices) complementos perturbadores (contrapesos), acreditan una indudable inquietud estética…que, al parecer, ¡ay!, se cobraba el incómodo peaje -para los clientes- de unos largos, y retrasados, plazos de suministro.[1]


En todo caso, y en lo tocante al diseño de las locomotoras americanas, W.Mason supuso un punto de discontinuidad entre el modelo funcional previo -hasta 1850 aprox.- y el modelo artístico posterior, en el que las simetrías; la cuidadosa alineación de componentes; y el uso bien proporcionado de líneas verticales y horizontales con reminiscencias clásicas creó una tendencia en el diseño que perduró varias décadas, y que fue seguida prácticamente por todos los fabricantes.

La litografía, imagen al servicio del marketing


Aunque durante los primeros tiempos la decoración de sus locomotoras era más bien austera, especialmente a partir de mitad del XIX y durante un par de décadas, fabricantes y diseñadores de locomotoras se afanan en dotar de glamour al que es considerado como nuevo caballo, de hierro, de la sociedad. 

El ferrocarril y, sobre todo, la máquina de vapor, son vistos con veneración social, como nobles testimonios del ingenio humano y heraldos de civilización (industrial) y progreso; son tiempos en los que en la sociedad del momento se hablaba con tanta pasión de las locomotoras más recientes como de las carreras de caballos, de las estrellas de la ópera o del entonces ascendente béisbol[2].   Una locomotora no se merece el anonimato: tras la asignación de un nombre a cada una debe verse, pues, el afán por personalizarlas, reforzando su imagen individual. Los que las conducen son considerados, por su parte, como nuevos héroes sociales.

La litografía, antes de la llegada de la fotografía, sirvió para documentar gráficamente con cuidado detalle muchas de las características técnicas relevantes para la fabricación -y venta- de las locomotoras
(Fuente: Locomotive Litographs. BibliOdyssey.Tomado de http://bibliodyssey.blogspot.com/)
 Por otra parte, fueron tiempos en los que en la nueva sociedad reinaba un tono optimista que animaba al crecimiento expansivo, lo que justificaba la presencia por doquier -es decir, también en las locomotoras- de ornamentaciones recargadas, colores llamativos y materiales lujosos en los acabados, tal como refleja la abundante producción litográfica de la época.

La potente imagen de sus máquinas coloristas, vinculada a la de los talleres donde se construían, representaba un importante valor añadido a la publicidad de los fabricantes
(Fuente: Locomotive Litographs. Tomado de http://bibliodyssey.blogspot.com/)

Conforme aumentaba el número de fabricantes, lo hacía la competencia entre ellos para captar la atención de los potenciales clientes; tras este propósito, eminentemente comercial, se encuentra la aparición de litografías ferroviarias (1830-40) que, a diferencia de aquéllas otras donde aparecían pintorescos paisajes con trenes -con un fin decorativo doméstico-, pretendían reflejar tanto información técnica de cierto detalle de los modelos ofrecidos por cada constructor, relevante para decidir sobre una compra, como de las instalaciones donde se fabricaban . A partir de 1860 aproximadamente, la fotografía, a menor coste, comenzó a sustituir a estas elaboradas producciones litográficas, que, en todo caso, han sido fundamentales para reconstruir históricamente la apariencia de muchas de las locomotoras contemporáneas.[4]


Vapor en color


En la historia del ferrocarril, el uso del color sobre las máquinas fue temprano (y en países como Gran Bretaña y otras zonas de su influencia de larga extensión temporal): sin ir más lejos, la legendaria Rocket y su ténder, fueron decoradas en un llamativo amarillo, tal como, al parecer, lo estaban las diligencias más rápidas del momento, con el fin de resultar más familiares a los espectadores -¿y jurado?- del concurso de Rainhill [5].

En la temprana historia del ferrocarril europeo, el uso del color ya buscaba intencionadamente mejorar el atractivo de las locomotoras
(Gráficos: Locomoras ‘Rocket’ y ‘North Star’. Fuente: www.railwaymuseum.org.uk)
En Estados Unidos, y en consonancia con la admiración de que son objeto las locomotoras, es llegado un momento en el que embadurnarlas en un insípido gris o fúnebre negro fue considerado casi impensable [3]; llama especialmente la atención, concentrado durante algunos años, el uso prolijo, casi explosivo, del color, destinado a subrayar los elementos de mayor protagonismo: el rodaje, la zona quizás -junto a la chimenea- más emocional de la máquina, donde progresivamente se consolida el uso del rojo, en simbólica sintonía con el dinamismo propio de su función; la cabina, con su colorista maderamen y, por supuesto, domo y arenero, como volúmenes dominantes a los que el color destaca en la periferia de la caldera que, eso sí, normalmente se remata en tonos grises. La inconfundible chimenea, por su parte, mantiene habitualmente una librea más austera, en negro, gris o azul oscuro.

Incluso las gráciles locomotoras de William Mason, arquetipos estéticos, no fueron ajenas a la moda colorista dominante a mediados del siglo XIX
(Fuente: 150 Locomotive Litographs. Tomado de http://www.ottgalleries.com/)
La caprichosa diversidad de intereses de los clientes, combinada con una creciente atención -fuente de economías- hacia la estandarización y documentación de procesos y componentes por parte de los fabricantes, llevó a algunos de éstos a concretar en Libros de Especificaciones (o estilos) las alternativas de decoración ofrecidas. Merece la pena destacar en este sentido al reputado como líder mundial, Baldwin, que entre 1832 y 1956 fabricó más de 70.000 locomotoras de vapor, -muchas de ellas, alrededor del 20%, para exportación[6]-, y entre ellas, en 1838, algunas de las primeras que utilizaron los incipientes ferrocarriles cubanos, entonces aún bajo jurisdicción española. Pues bien, una preocupación minuciosa por guardar registro de las características de sus máquinas, ha permitido reconstruir con precisión interesantes detalles ornamentales; a su cierre existían ni más ni menos que 379 opciones de pintura, acumulados por la experiencia de su larga historia fabril.

Tras la trágica Guerra Civil, y en un contexto social más sombrío, decayó rápidamente el uso del color: allí donde dominaba el rojo brillante, apareció primero el marrón, luego el gris y finalmente, el negro,[3] que, fue hasta la aparición de las estilosas locomotoras de los años previos a la II Guerra Mundial, el dominante al frente de los trenes americanos.

Arquitectura ornamental y orfebrería en las locomotoras


Aparte de ese peculiar cromatismo referido, quizás sea el recurso a las formas arquitectónicas y los metales pulidos (hierro, cobre, bronce, etc.) otros de los atributos característicos en esta época álgida de la decoración de las máquinas norteamericanas del XIX. Destaca el uso intensivo del bronce pulido, al que se achacan salutíferas cualidades para justificar su alto coste: desde la mejora de la motivación en el trabajo de las tripulaciones -por el orgullo asociado a trabajar en una máquina vistosa; mayor resistencia a la corrosión; mayor valor residual al final de la vida útil; reducción de la pérdida de calor por radiación, e incluso mejora de la visibilidad de la máquina -por terceros, desde el exterior, se entiende- en días de mal tiempo….

A pesar de las limitaciones expresivas de la añeja fotografía, se percibe claramente el brillante acabado de las superficies pulidas de caldera y domo
(Foto: McKay and Aldus Built C.P.R.R. Locomotive "Majestic" and crew ca. 1870. Lawrence & Houseworth image. Society of California Pioneers Collection. Tomado de http:// www.pacificng.com/)

En la década de 1870, ya con colores más austeros, cuando la mayoría de los constructores de EE. UU. incorporaron a sus máquinas detalles inspirados en la arquitectura clásica (fuste de pilares, tapas de urnas), muchos de ellos aprovecharon la personalización, sobre todo, del arenero como elemento de diferenciación, haciendo así posible discernir a través de ellos el fabricante original de una locomotora[1]



La estética de los areneros de las locomotoras americanas en el último tercio del siglo XIX refleja una fuerte influencia del neo-clasicismo en el diseño, convirtiéndose en un factor diferenciador entre fabricantes
(Fuente: Fletcher, D. The Baldwin Styles. The Colour & Architecture of US Locomotives)
En la carpintería de las ventanas de la cabina es también apreciable en muchos casos un diseño que recuerda, incluso, formas típicamente medievales.


En la cabina de esta recargada locomotora de Norris, no es difícil identificar en sus ventanas un estilo decorativo cercano al de las ventanas geminadas del gótico.
(Fuente: 150 Locomotive Litographs. Tomado de http://www.ottgalleries.com/)
Pero no quedó ahí la cosa. Tras el fervor en pro del uso de elementos neorrenacentistas, muchos fabricantes de locomotoras, sobre todo a partir de 1870, se contagiaron del eclecticismo que, integrando variadas influencias orientales, llevó a extremos el neobarroco que sustituyó a aquéllos como estilo dominante en el diseño. 

En la locomotora Empire (Virginia & Truckee, R.R.) se conciertan muchos de los complementos que caracterizaron el apogeo decorativo de las locomotoras en EE.UU. durante el siglo XIX
(Foto: California State R.R. Museum. Tomado de https://c1.staticflickr.com/9/8008/7339727158_e03e3bff1e_b.jpg)
Ello se manifestó especialmente en el ornamento de locomotoras y ténderes, en los que, junto a la generosa presencia de complementos de cobre y bronce cuidadosamente pulidos, motivos clásicos se mezclaban con arabescos durante lo que, sin duda, puede considerarse como apogeo decorativo de la locomotora estándar norteamericana.


Detalle de arabescos en arenero y lateral del ténder de la locomotora Empire. Estilo y motivos decorativos muestran notable similitud con los encontrados en la arquitectura islámica
(Foto: California State R.R. Museum. Fletcher, D. The Baldwin Styles. The Colour & Architecture of US Locomotives)
Ese punto álgido tiene su mejor exponente en la locomotora America,  (1867) de la Grant Locomotive Works. Su propietario, D.B. Grant, era un bróker advenedizo al mundo de la fabricación de locomotoras, que se hizo en 1863, en el marco de una operación financiera, con una compañía previa, la New Jersey Locomotive and Machinery Company, recién salida de una importante reorganización orientada a la estandarización de componentes. Para apoyar el interés de los inversores en su empresa, se embarca en una singular aventura: construir una locomotora que represente a los Estados Unidos en la Exposición Internacional de París de 1867. 



Esquema y fotografía de la America, con su  insólito chapado en alpaca, espectacular representante de los EE.UU. en la Exposición Internacional de Paris de 1867
(Fuente: Ref.[7], tomada de www.jstor.org/stable/43517988 y Colección Jay T. Thomson, tomada de www.pinterest.es/pin/492440540475979759)

La máquina, primera americana en una exposición europea, respondía a una idea tan simple como extravagante: se trataba de una típica locomotora estándar, 2-2-0, dotada de todos sus complementos naturales, que ya de por sí contrastaba con los modelos europeos presentes en la exposición, pero que, sobre todo, contaba con un llamativo acabado. La caldera, chimenea, caja de distribución y envolvente de cilindros, estaban terminados en brillante alpaca, e incluso -parece- con algún elemento particular en plata; para proteger el revestido de la chimenea del calor de los gases de escape, se dispuso un aislamiento interior a base de yeso. Por su parte la cabina era un fino trabajo de marquetería elaborado a base de maderas nobles, caoba entre ellas; y el ténder fue asimismo cuidadosamente decorado con pinturas. 

Tan deslumbrante locomotora fué, lógicamente, objeto del general interés en la exposición, siendo galardonada con una medalla de oro: se dijo incluso que el propio Napoleón III estuvo interesado en su compra. Por todo ello, que supuso una valiosa promoción para su empresa, puede pensarse que el bueno de Grant diera por bien empleados los 35.000$ que le costó construir la máquina,…aun cuando tras su regreso (1869) la vendiera por solo 10.000$ -el precio de mercado para una locomotora similar- a la compañía Chicago, Rock Island & Pacific R.R.; allí, asignada a trenes postales rindió solventes servicios hasta que, atribulada por los achaques, fue entregada al inclemente soplete en 1910.[7]

Esta fiebre decorativa que culminó con la America, se fue enfriando a partir del momento en que, promovido por la oposición de algunos fabricantes (Millholand, Jervis)[3], o gestores (Vanderbilt)[2] y de su impacto sobre los resultados financieros, se tomó conciencia de los importantes costes (materiales, mantenimiento) en que hacía incurrir: a razón de 1500-2500$ por locomotora, los remates decorativos fueron considerados un lujo perfectamente prescindible, y ya en 1879 se tiene constancia de muchas compañías (vg. Chicago & North Western) que los andaban retirando. El fin, en la década de 1880[8], de la asignación hasta entonces existente de las locomotoras a tripulaciones fijas (cada máquina, era conducida/mantenida por una -dos máximo- parejas), acabó con esa peculiar relación -referida como fuente de orgullo y eficiencia operativa- entre personas y locomotoras concretas, lo que supuso la desvalorización motivadora de las ornamentaciones y coadyuvó a su definitiva desaparición.

Conclusión

Durante buena parte del siglo XIX, Estados Unidos edificó aceleradamente los fundamentos de su historia como nación moderna. En ese proceso, con muchos rasgos de la adolescencia, -y en el que, por cierto, no faltaría ni el atropello de las culturas indígenas, ni una cruenta guerra civil, ni los excesos de una sociedad opulenta, ni una temprana vocación imperialista- consiguió pronto conciliar las posibilidades de una tecnología, inicialmente importada de los pioneros ferroviarios europeos, con las necesidades de una sociedad en rápido desarrollo, con fecundas capacidades y numerosas oportunidades abiertas al espíritu emprendedor.

Gracias a ello, Norteamérica consolidó pronto modelos y modos de hacer propios, tanto en la construcción de líneas y material rodante, como en la gestión y operación ferroviarias. En lo relativo a las locomotoras de vapor, la proliferación inicial de fabricantes y la competencia sin cuartel entre ellos, condujo a una rápida estandarización -de método de fabricación, de componentes- que se concretó en el modelo quizás más universalmente reconocido, el tipo American, de rodaje 2-2-0, cuya vida en servicio se extendió durante más de cincuenta años, y de la que se construyeron más de 25.000 unidades.

Con un alto valor didáctico, la aproximación que hemos venido haciendo a lo largo de las últimas entradas a este tipo de máquina, de peculiar estampa, un tanto desgarbada, controvertida para los patrones europeos, ofrece valiosas oportunidades para analizar los componentes estéticos que definen genéricamente la imagen de una máquina de vapor, así como los complementos que, durante etapas concretas del siglo XIX, y con diverso origen y motivación, aderezaron -con recargado exceso muchas veces- la de las locomotoras norteamericanas, contribuyendo, en todo caso, a convertirlas en un símbolo ferroviario universal.



[2] Kinert, Reed. Early American Steam Locomotive. Courier Corp. 2012
[4] Slautterback, Catharina. Locomotive Builders’ Prints. Boston Athenaeum. Digital Collections.
[5] https://www.railwaymuseum.org.uk/objects-and-stories/stephensons-rocket-rainhill-and-rise-locomotive#quick-facts
[6] Cayón, F. & Muñoz, M. ¡Qué fabriquen ellos! La fabricación de locomotoras de vapor en España, ¿una ocasión perdida para la industria?. UAM, 2005. Departamento de Análisis Económico. 
[7] White, John H. jr. Grant's Silver Locomotive. The Railway and Locomotive Historical Society Bulletin
No. 104 (April 1961).
[8] Morrison, T. The American Steam Locomotive in the Twentieth Century. Mc Farland 2018

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