miércoles, 6 de mayo de 2020

Estética de la tracción ferroviaria (IV). El peculiar 'skyline' de la locomotora estándar norteamericana



Simplificando un tanto podría decirse que desde el bastidor -o quizás mejor, de la plataforma de servicio- hacia abajo son el mecanismo motor, la transmisión, y el propio rodaje, -órganos fundamentales para su función-, los rotundos protagonistas de la imagen de una locomotora de vapor; todo ese esencial conjunto encaja bien -sin mucha imaginación, digo- el compararse con las extremidades de un ser vivo, en una siempre socorrida analogía biológica. Atributos ‘blandos’ -de orden cualitativo-, como agilidad o elegancia, y otros -ya de índole más ‘dura’, operativa o técnica-, como velocidad, esfuerzo de tracción, flexibilidad, tipos de servicio, pueden reconocerse con frecuencia solo observando con un poco de atención ese ‘piso inferior,’ -la planta baja- de la máquina.

Sin embargo, la estética de cualquier locomotora de vapor se ha visto siempre más condicionada, si cabe, por ese peculiar paisaje  -un verdadero ‘skyline’- de artefactos distribuídos -y no pocas veces abigarrados-, sobre todo encima y alrededor del cuerpo cilíndrico, en el espacio que va desde la chimenea a la marquesina y en la caja de humos y sus inmediaciones; podría decirse que es ahí, en esos contornos específicos, fundamentalmente donde se diferencia y cualifica la imagen de una locomotora al concentrarse los elementos de mayor influencia sobre ella.

Esta circunstancia es especialmente patente en el modelo estándar norteamericano, 2-2-0, ‘American’, del que ya nos ocupamos parcialmente en la Entrada III de esta serie, y que nos ofrece nueva oportunidad para analizar algunos otros interesantes aspectos, tanto técnicos como socioculturales, condicionantes de su popular estampa.



La aproximación al skyline de la locomotora estándar norteamericana facilita la comprensión de la influencia de los diversos órganos en la composición de una potente imagen integrada, arquetipo de la máquina de vapor ferroviaria


A retos particulares, soluciones especiales: el apartavacas


La lógica falta de experiencia previa; el forzoso recurso a materiales importados; un limitado conocimiento científico y desarrollo industrial [1]; las dimensiones continentales del país, y las oportunidades de un vivo proceso colonizador, pusieron fácil al espíritu emprendedor norteamericano recurrir durante la primera mitad del siglo XIX, a soluciones locales, especialmente adaptadas -con notable precariedad a veces- a los retos concretos a encarar en la extensión de sus ferrocarriles. Una de ellas fue -ya lo vimos en la entrada anterior- la pronta generalización del bogie delantero en las máquinas.

Pero conviene ahora, una vez más, subrayar cómo algunos de los atributos visuales más distintivos de las locomotoras norteamericanas lo fueron también como consecuencia de la precipitada construcción de muchas líneas. Numerosos cruces a nivel en las ciudades y en los grandes espacios del país, facilitaban el atropello de ganado, cuya responsabilidad, a diferencia de lo que ocurre en Europa, recaía sobre las compañías ferroviarias [2]; el apartavacas -una evolución de los primitivos ‘cuernos’ con que las máquinas fueron inicialmente provistas-, pretendía evitar el que tras un arrollamiento, el animal, al quedar bajo las ruedas, hiciera descarrilar la máquina, agravando así la incidencia de aquél. 

La primera locomotora en la que tal dispositivo adquiere un protagonismo relevante es la ya referida (en la Entrada II) John Bull (Camden & Amboy Railroad); entre las numerosas modificaciones realizadas a la máquina (importada de Gran Bretaña en 1831 como una mera 0-2-0, Planet) durante su larga vida en servicio, destaca ya en 1833, la incorporación de un rudimentario eje delantero para facilitar el guiado [3], al que se añadió un apartavacas. Inicialmente construido en madera, su forma característica de cuña, hacia la que pronto evolucionó y que recuerda a la vertedera de un arado, tenía como fin fundamental, en efecto, ‘apartar’ al intruso: no se olvide que el más frecuente, una cabeza de ganado de 500-600 kgs., podía representar un formidable obstáculo frente a locomotoras que, en ese momento, rondaban las veinticinco toneladas [4], o incluso frente a trenes de poco más de cien.




La frecuente intrusión del ganado en la vía férrea obligó a prever peculiares ‘defensas’ ya en las primitivas locomotoras norteamericanas. A la John Bull (1833) se la considera como la primera con un genuino apartavacas
En un contexto de riesgos como el indicado, el dispositivo se popularizó rápido: en 1840, disposiciones del Consejo de Administración de algunas compañías, instaban a instalarlo en cada máquina [4], y a mediados de siglo aparece ya -construído en hierro- como un complemento habitual en las locomotoras de los principales fabricantes.




A mediados del siglo XIX, Rogers, (1852, izda.) y Baldwin, (1859, dcha.) suministraban ya regularmente locomotoras con apartavacas ‘clásicos’


Adelante,... ¡con los faroles!


Uno de los inconfundibles atributos de la típica locomotora norteamericana del XIX es, sin duda, su rotundo faro delantero. Inicialmente, con líneas y tráficos aún limitados, las circulaciones eran mayoritariamente diurnas; conforme aumentó la actividad, a mediados del siglo, lo hizo la circulación nocturna, con frecuencia reservada a las mercancías. Fue necesario, por tanto, proveer a los trenes de medios de iluminación que les facilitaran tanto el ver como el ser vistos, en unas condiciones de circulación cuya seguridad dejaba aún mucho que desear.

Los primeros, animosos, intentos dieron lugar a algunas sorprendentes soluciones. A Horatio Allen (South Carolina Canal Railroad) se le atribuye hacia 1833 la primacía a este respecto, disponiendo delante de la máquina un par de plataformas con hogueras de madera de pino sobre un suelo cubierto de arena [4]. Hacia 1840 consta, en todo caso, la aparición de verdaderos faros, primero con iluminación por velas, y luego con lámparas de mecha alimentadas por aceite, las más frecuentes a lo largo del siglo XIX a pesar de los intentos con otros combustibles (vg. acetileno, Camden & Amboy Railroad, 1849); el progreso en las técnicas de plateado, el uso del estaño, el cobre y los reflectores parabólicos mejoraron sus prestaciones, con haces de luz de alcance estimado cercano a los 300 m. 


En 1860 los catálogos de suministros ferroviarios incluían ya diversos modelos de faros para locomotoras
(Fuente: Catálogo Low & Burgess, 1860, p.41. Univ. Columbia. Digitalizado por Google.)

En máquinas primitivas como la Alert (o Pioneer, de la factoría Baldwin para el Uttica & Schenectady Railroad) pueden ya verse en fecha tan temprana como 1837, y a mitad del siglo eran de uso generalizado en las locomotoras; en los tiempos de su apogeo decorativo -al que más delante nos referiremos-, los faros, a tono con ellas, podían estar decorados con imágenes, paisajes, o incluso retratos. Durante todo el siglo XIX, el modelo más popular fue el tipo de caja, con reflectores cuyo diámetro podía alcanzar las 23 pulgadas (58,4 cms.) lo que justifica su importante impacto visual en la zona delantera de la máquina; los proyectores de alimentación eléctrica no se extendieron hasta el siglo XX, y su uso fue regulado a nivel federal en 1915.[4]


Tempranas representaciones de la Alert (o Pioneer) reflejaban ya en 1837, la presencia del faro delantero en forma de caja

Chimeneas apagachispas


Como es lógico, cualquier recorrido comentado por el paisaje de una típica locomotora norteamericana, debe necesariamente detenerse en la chimenea. Su ‘desarrollo colonizador’ -rumbo al oeste- alejaba progresivamente a los ferrocarriles de las zonas (Pennsylvania, Virginia Oeste,… entorno de los montes Apalaches) donde la minería del carbón se encontraba, inicialmente, más desarrollada. Ello, a través de un grave proceso de deforestación, promovió durante muchos años un uso intensivo de la madera, entre otros, como combustible de las locomotoras; entendible inicialmente, por su abundancia y fácil disponibilidad en las inmediaciones de los nuevos trazados ferroviarios, con un poder calorífico 3-4 veces inferior, menor densidad y por ello con una autonomía de marcha resultante que podía suponer de 6-10 veces menor para una misma capacidad del ténder, sorprende la renuencia americana a la paulatina generalización de uso del carbón, que no tuvo lugar sino hasta después de la Guerra Civil. 


Expuestas al brioso flujo del escape, las pavesas proyectadas hacia el exterior constituían una frecuente causa de incendio para los parajes atravesados, y de incomodidades para los viajeros, lo que obligó pronto a los técnicos a tomar medidas para limitar este riesgo. La peculiar forma de la chimenea -en sus variedades principales de embudo, diamante o balón, por simplificar entre una enorme variedad de modelos- intenta responder a este propósito; el concurso concertado de deflectores, mallas, cambios de sección, etc. integrados en complejas estructuras de su interior, expuestas por cierto a un intenso desgaste, buscaba reducir la agresividad de las partículas, enfriándolas, reduciendo su tamaño y, en la medida de lo posible, haciéndolas precipitar hacia la caja de humos para su posterior limpieza.


A mediados de siglo XIX existía una enorme diversidad de diseños de chimenea para locomotoras. Entre ellos los de Radley & Hunter (dcha.) gozaron de una amplia popularidad
(Fuente: Live Steam Magazine May 1973. 1963 Howell North reprint of the Rogers Locomotive illustrated catalogue)

En todo caso todo ello debía ir, al tiempo, en consonancia con el propósito de no incrementar demasiado la contrapresión al escape para no reducir el rendimiento de la máquina; tal vez por eso algunos ferrocarriles decidían sustituir estas complejas chimeneas por otras más sencillas -rectas, tipo tubo de estufa- en las épocas como invierno u otoño, con menor riesgo de incendio. Así se justifica la existencia de una enorme diversidad de tipos, entre los cuales destacan por su extensión los de French and Baird y, especialmente los de Radley & Hunter, cuya patente data de 1850, y cuya particularidad principal fue el carecer de mallas -muy expuestas al desgaste- y confiar a una separación centrífuga el apaciguamiento de las pavesas [4].



Como era de esperar, en las populares litografías de Currier & Ives el rotundo protagonismo de farol y chimenea en su parte delantera contribuían a reforzar la poderosa imagen de la locomotora americana
(Fuente: Currier & Ives Railroad Lithographs. Central Pacific Railroad Photographic History Museum

Campanarios del ferrocarril


Aparte los potentes elementos ya comentados que definen visualmente la parte delantera de la máquina, su contorno se veía grandemente influido por el perfil de otros elementos situados en el ‘lomo’ de la máquina. De entre ellos, el más específicamente americano es, sin duda, la campana. Su justificación, una vez más, reducir el riesgo de accidentes por intrusión a la vía especialmente en las estaciones, entornos en los que el tañido de una campana avisando del movimiento del tren era menos ‘escandaloso’ y por ello más tolerable, que el bronco sonido del silbato, previsto para prevenir la presencia de aquel en espacios más abiertos. Su conveniencia ya fue recogida por ley en algunos estados (Massachussets, 1835), apareciendo por tanto en las primeras reglas operacionales de algunos ferrocarriles: vg. el Boston & Worcester Railroad instaba a sus maquinistas a hacer uso de la campana al menos 400 metros antes de un cruce con un camino o calle. En términos medios, hacia  1860 [5, p.213], con diámetros de 12-18” (30,4-45,7 cms) las campanas podían llegar a pesar entre 60-215 libras (27,2-97,5 kgs), oyéndose a distancias de hasta 400 metros.



La Mercury, una de las primeras locomotoras 2-2-0 del Baltimore & Ohio R.R., ya contaba en 1842 con una campana.
(Fuente: Early Motive Power of the Baltimore & Ohio R.R. Snowden Bell, J. Angus Sinclair Co. Pub. 1912)

De modo consistente con esa aparente vocación americana por lo recargado, al igual que ocurrió con los proyectores delanteros, decoraciones y soportes de las campanas alcanzaron una notable sofisticación, siendo uno de los más característicos el de forma de U, fabricado por Baldwin a partir de 1860, en alguna de cuyas versiones integraba también el silbato. Construídas mayormente en bronce, su accionamiento habitual era a través de una cuerda movida por el fogonero desde la marquesina, aunque en fecha tan temprana como 1854 (Erie Railway) se reportaba ya la existencia de actuadores de vapor [4]. La campana, por su parte, continúa siendo aún hoy un dispositivo de uso formalmente regulado para aviso en determinadas situaciones [5], entre ellas cuando el tren comienza su marcha.



La campana es un dispositivo de uso habitual para las locomotoras americanas, proporcionando avisos menos estridentes que el silbato en situaciones concretas
(Foto: Campana estándar de bastidor en ‘U’ tipo Baldwin. https://www.steamlocomotive.com/appliances/bell.php)


Cúpulas: una de vapor y otra de arena...


Otros dispositivos de indudable influencia en la imagen típica de una locomotora de vapor por su situación destacada sobre el cuerpo cilíndrico son los areneros y domos. En lo tocante al arenero, su temprano origen en Norteamérica se atribuye al problema de adherencia originado por una gran plaga de langosta (1836, Pennsylvania)[6]; en todo caso, se extendió pronto, con patentes registradas desde 1841, pues proporcionaba a los maquinistas un valioso recurso para evitar el patinaje, especialmente en zonas remotas con escasas posibilidades de socorro. 

La necesidad de mantener la arena seca y asegurar su correcta dosificación, y el hecho de que son, sobre todo, las primeras ruedas motrices en sentido de la marcha las que necesitan prioritariamente asegurarse la mejor adherencia, llevó a accionar el arenero por vapor, y situarlo habitualmente sobre la caldera -beneficiándose de una mayor temperatura-, hacia el centro o su primer tercio delantero. Inicialmente fueron de forma de caja, y a partir de 1850, cuando su uso se hizo más general, evolucionaron a formas cilíndricas con tapas ornamentales; finalmente, hacia finales del XIX, adoptaron la familiar forma de cúpula.



El arenero, habitualmente situado en la zona central o delantera de la caldera,  ya sea con formas simples o más elaboradas, es uno de los dispositivos de decisiva influencia visual en la imagen de la locomotora americana  
(Fuentes: Central Pacific 173, https://www.planetminecraft.com/; Locomotive Litographs, Boston Locomotive Works. http://www.ottgalleries.com/)

En la parte superior de la caldera, el domo es, sin duda e incluso en mayor medida que el arenero, un dispositivo de determinante trascendencia estética. En las primitivas locomotoras, carentes aún de bóvedas deflectoras de refractario, la toma de vapor se llevaba a cabo en cúpulas  situadas sobre las prominentes cajas de fuego de tipo ‘almiar’ (o granero), -derivadas originalmente del diseño gótico de Bury para su Liverpool (1830)-, tan frecuentes en EE.UU. durante muchos años al ser particularmente favorables al uso de la madera como combustible; posteriormente, y cuando ya el carbón se generalizó como combustible, con las calderas wagon-top telescópicas, el domo se situó en posición más adelantada, en zonas donde por otra parte al ser la combustión menos virulenta, se reducía el riesgo de arrastre de gotas. Al mismo tiempo, y conforme aumentaba el porte de las calderas, su tamaño hubo de acomodarse al gálibo disponible adquiriendo unas dimensiones e impacto visual comparable, con frecuencia, al del arenero.

A lo largo del siglo XIX, y una vez generalizado en Norteamérica el uso del carbón como combustible, el domo se situó progresivamente en posiciones más avanzadas del cuerpo cilíndrico
(Fuentes: Locomotora SF&SJ 4-4-0 San Jose. Autor desconocido. Tomada de CPRR DISCUSSION GROUP; Locomotora Concord & Montreal R.R. American engineer and railroad journal Year: 1893 PublisherNew York : M.N. Forney Contributing LibraryCarnegie Library of Pittsburgh)

La cabina: atención temprana a las condiciones de trabajo


Terminaremos nuestro itinerario por ese peculiar paisaje que son los contornos de la locomotora estándar norteamericana precisamente por su extremo posterior, justamente allí donde se centraliza su operación, y donde se desempeñan, duramente, los responsables de la misma: la cabina. Se achaca al duro clima de algunas zonas de EE.UU. -especialmente al norte- y quizás a una temprana sensibilidad hacia las exigentes condiciones de trabajo a las que se veían expuestos los maquinistas y fogoneros, [4,] el que las locomotoras norteamericanas fueran dotadas de cabinas de cierto porte mucho antes que sus correspondientes europeas de la época.

Una de las primeras locomotoras construídas en EE.UU., la De Witt Clinton (1831) aparece ya representada con un dosel que servía de precaria cobertura del ténder

A partir de los precarios doseles dispuestos en algunas de las locomotoras pioneras se fueron desarrollando progresivamente coberturas más robustas; las primeras cabinas aparecieron alrededor de 1840, -una de las primeras en la locomotora Samuel P. Ingham del Beaver & Meadow, R.R., 1833-[2]  y generalmente más como fruto de la iniciativa de las tripulaciones o talleres locales que como consecuencia de la decisión de los grandes fabricantes, que no adoptaron la cabina como equipamiento estándar hasta bien avanzada la década de 1850.[4] De hecho, uno de los más importantes, Baldwin no comenzó a instalar coberturas -inicialmente abiertas lateralmente- hasta 1846.[7]


Locomotoras tempranas como la Mississipi (1834) o la afamada John Bull (1831), aunque importadas de Gran Bretaña sin ellas, fueron dotadas pronto de aunque precarios, bien visibles abrigos para el maquinista

Las cabinas primitivas eran muy sencillas, construídas a partir de tablazón de madera, y con pequeñas ventanas, aunque pronto evolucionaron hacia modelos más elaborados en amplitud, visibilidad y decoración, atributos todos muy personalizados en función de la cultura local, o, incluso de los gustos de la pareja titular de la máquina; es significativo asimismo el que, desde muy pronto, y casi medio siglo antes que en sus correspondientes europeos, se contemplara la posición sentada -en asientos relativamente dignos, quiero decir- del maquinista, lo que a su vez supeditaba la existencia de condiciones razonables de visibilidad y ergonomía -posición y distribución de mandos a su alcance- para la operación de la máquina. Hasta comienzos del siglo XX prevaleció la construcción de madera, a pesar de que, como referencia, ya en 1880 se reporta la primera cabina construida en acero por Baldwin para el ferrocarril Central de Méjico[4].

La locomotora Reindeer (New Hampshire R.R.,1850) es uno de los testimonios tempranos de cabinas -construídas en madera- para protección de la tripulación

En tiempos de la Guerra Civil norteamericana (1861-1865), las locomotoras disponían ya de amplias cabinas, con buena visibilidad y resguardos parciales traseros
(Fuente: Classic Streamliners)
En resumen, con un desarrollo inicial sólo ligeramente desfasado del existente en Europa, en EE.UU. se afianzó pronto un modelo de locomotora de vapor -el estándar 2-2-0- cuyo potente diseño formal debe mucho tanto a las peculiaridades de extensión del ferrocarril norteamericano (apartavacas, chimeneas), como a aspectos sociológicos o culturales (faro, campana, cabina), componiendo, sin duda, una imagen global de gran fuerza visual, en cuyos contornos cobran un potente protagonismo sus vistosos componentes individuales. Una pronta vocación estandarizadora, no ajena a la eficiencia productiva e interés comercial de algunos fabricantes (vg. Baldwin, Rogers, Mason), consiguió consolidar durante varias décadas un tipo normalizado de locomotora, mitificada además como Caballo de Hierro de Norteamérica, cuya estampa ha conseguido perdurar como el arquetipo tal vez más reconocible de la locomotora de vapor.


Referencias:
[1] Chant, Christopher. The history of North American steam. Chartwell Books,.Inc. 2004 (Chap.5)
[2] Kinert, Reed. Early American Steam Locomotive. Dover Publications, Inc. N.Y.

[3] Shipley Klein, Randolph. Science and Society in Early America. American Philosophical Society 1986.
[4] White, John H. A History of North American Locomotive. Its development 1830-1880
[5] GCOR rule 5.81 U.S. Dpt. of Transportation. Locomotive. Ed. April 1, 2015.
[6] Dunbar, Seymour. History of Travel in America. Bobbs Merrill Co. 1912 cit. en A Treasure of Railroad Folklore. De Botkin & Harlow. Ed. Head of Zeus. 1947
[7]  Univ. Of California. Los Angeles. History of the Baldwin Locomotive Works 1831-1920 [p.41]